martes, 30 de septiembre de 2008

El orden preciso

No reserves del mundo
Sólo un rincón tranquilo

Mario Benedetti




¿Sabes?

Estoy pensando que no quiero volver al orden preciso donde cada cosa está en su sitio.

Ni encajar las piezas, ni matizar los colores. Renuncio por momentos a lo predecible, lo que es de agua debería fluir. Me gusta el silencio, la falta de explicaciones, no creo que las palabras puedan describir con precisión lo que para el corazón es o no imposible, ni estoy buscando vivir bajo la bendición de una coherencia que considero innecesaria.

Te estás empeñando en apagar todas las velas al salir de casa y de esta manera no hay luz que ocupe la oscuridad. Y los fantasmas también tienen derecho a un baile… ¿no te parece? Al fin y al cabo, son los que pulsan a veces las teclas de esta banda musical.


Vale. Tienes razón…

Tengo la cabeza llena de poemas y playmobil.

Supongo que así no puedo llegar a ninguna parte.


O sí.




Imagen: COMENDATORE. El tango. 2005

martes, 23 de septiembre de 2008

Estoy bien

Me has obligado a volver a abrir
el diario del odio

Octavio Gómez Millián


Que estoy bien, que no te preocupes, que estoy bien.

No te dejes llevar por una mala impresión, estas ojeras son del fin de semana, de no dormir por la noche y de intentar sin conseguirlo, dormir por el día. Ya sabes, un poco de anestesia ayuda. O al menos, se intenta. Y no puedes decir que no lo intento. Nada de quedarse en casa fumando porros y llorando en el balcón. Ahora salgo y me divierto. Me divierto. Cómo me divierto, no veas tú cómo me divierto. Te cagas de lo que me divierto. Me divierto tanto que si tuviera una metralleta acabaría con todos. Sin remordimientos. Me consume por dentro tanta mediocridad, tanta negación, tanta estupidez. Dos mil disparos…y fin de la historia. A tomar por culo. De una jodida vez. Qué a gusto me iba a quedar, por dios, dudo mucho que puedas imaginártelo.

Pero estoy bien. En serio. Estoy bien. Tengo ganas de coger el transiberiano y perderme para siempre jamás en algún agujero en la noche lleno de nieve y frío. Tengo ganas de que se abra una sima y surjan los fuegos eternos del centro de la tierra y me abrasen. Que estalle en mi casa una bomba de neutrones, que alguien por equivocación me meta un tiro entre pecho y espalda. Quiero subir al campanario más alto y que la aldaba retumbe en mi cabeza hasta ensordecerme y hacerme caer. Que una manada de leones o de cocodrilos o de pirañas o de buitres o de extraterrestres o de hienas hambrientas se alimenten de mí. Que me inyecten en vena un suspiro y que estalle en mi corazón. Que me parta un rayo. O simplemente, que me atropelle un camión. No es necesario cometer una excentricidad para irse de aquí. Algo sencillo basta. Y barato. Como la colección de orfidales para el día del juicio final.

Eso sí, estoy bien. Nada por lo que preocuparse. Nada. Los días transcurren serenos. Tan sólo ocurre que a veces te echo de menos, y te llamo y no coges el puto teléfono y me rallo. Pero estoy bien, ya te digo, estoy de puta madre. Hacía tiempo que no me encontraba tan bien. Desde luego, motivos para quejarme no tengo. Y eso es lo que hago, no quejarme. De lo bien que estoy, tú. A veces creo que me estoy volviendo loca, pero no, no, no te confundas, estoy bien, ya sabes lo exagerada que soy. Estoy bien, de puta madre. Deberías saberlo ya.

Pero no.

Y luego, cualquier día, a cualquier hora, de cualquier manera y como si tal cosa, llamas tú. Para preguntarme cómo estoy.


Y lo que te digo,

estoy bien, tan sólo quiero morirme a cada instante, pero estoy bien.





Imagen: JOSE VIERA. El equilibrio de la duda. 1997. Y lo dicho, a ver si alguien se me va a preocupar, que estoy bien.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Hasta el final

Y ahora enciendo un cigarrillo y aspiro hasta el final
No me importa si está bien, no me importa si está mal
Tengo abiertas las ventanas y dejo el aire entrar
Tengo ganas de abrazarte
Tengo ganas de llegar
Al final

Coque Malla

Coque Malla suena continuamente. En el ordenador, en toda la casa, en el mp3 cuando voy por la puta calle. No lo pongo en el trabajo porque no me dejan. O porque prefiero que piensen que mi música favorita son los mantras hindúes. O porque no me da la gana de convencer a casi nadie de casi nada. Si acaso de que me dejen en paz. Me dejen, oiga, pero qué harta estoy a veces de tanta gilipollez…

Coque Malla suena continuamente. Es mi héroe, la voz en mi oído recordándome que uno puede dejar de mirar la pared. Y que después de fondear en el negro reino, se puede volver a cantar.

De momento, sólo dos canciones. El yin y el yang. El principio y el fin. Dos canciones. La luz y la oscuridad. Dos canciones, sólo dos canciones. Me han imantado, no soy capaz de dejar de pincharlas. Una y otra vez. Una y otra vez. No puedo escuchar otra cosa. En el ordenador, en casa, en el mp3 cuando voy por la puta calle. Se acabó de momento Saint Germain, Nina Simone, Vetusta Morla. El Réquiem de Mozart y Carmina Burana han desaparecido. Bach sigue sonando. Siempre suena, aunque no se oiga. Siempre. Pero los otros se han ido. Un día los busqué y simplemente no estaban. Han escarmentado de mí. Me reniegan. Han huido de mi casa, de mis estanterías, de mi equipo de música, de mis oídos, de mi escasa razón. Ya no quieren cantarme. Ya no quieren los coros anunciarme el fin del mundo. Escucharé la gran hecatombe en silencio. Y cuando caigan los muros ni los pájaros podrán acompañarme. Los ángeles estarán muertos. O no.

Pero eso ahora no importa.

Coque Malla ha vuelto.

Ha resurgido de sus cenizas y canta para mí.


Hoy vuelvo a creer en la resurrección de la carne.

Y en la creación de los mundos a través del sonido primordial.



Imagen: Coque Malla. Mi héroe. Las dos canciones se pueden descargar de su página web.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Bunbury mola

Siento una simpatía natural y espontánea
hacia las cosas extraordinarias


El hombre delgado que no flaqueará jamás
Hellville de luxe
Bunbury


Ayer estuve en el concierto del Bunbury. Empezaba su nueva gira aquí, en su ciudad, como dice Vilas, en Z. En la feria de muestras de Z, que está a tomar por culo, para que nos entendamos. Yo no había estado en ningún concierto de la Feria de Muestras, y mira que me regalaron dos invitaciones para Bob Dylan. Me las dejaron en el buzón, ni siquiera tuve que ir a buscarlas, pero decliné la oferta. Vamos, que pasé de todo, de las invitaciones, de la Feria de Muestras y del Dylan. Y no me arrepiento. Prefiero escucharlo en casa, en el sofá, eligiendo yo el repertorio y viendo mientras suena, las aspas de mi ventilador. Del concierto del Bunbury, imposible pasar, si casi podría afirmar que entre él y Nina Simone le han puesto la banda sonora a mi vida. Bastante tengo con no tener la energía suficiente para hacer la tourné con él, como para no ir a verlo cuando actúa aquí. Pues eso, que fui al concierto del Bunbury, y como una reina, jo, excelente compañía, lo suficientemente cálida como para sentirme muy a gusto, y lo suficientemente nueva como para no tener que explicar la desolación, menudo lujo para ser sábado por la noche. Pasamos por sitios extraños, bloques de cemento y hormigón ensayando humanarios que dicen que estarán terminados al año que viene. Las calles se llamarán “desayuno con diamantes”, “Viridiana” y cosas así. Está la nada, y luego, las casas. Y un lago (así entre nosotros, pequeño charco) que se llama Pe, por Penélope Cruz. Llegados a este punto, estuve a punto de tirarme por la ventanilla del coche, pero no me pareció apropiado, dadas las circunstancias. Más que nada, por no molestar, vaya. Y aún no había escuchado el nuevo sonido de Bunbury y a estas alturas, no quería perdérmelo. Casi casi podría decir que ayer Bunbury me salvó la vida, aunque suena demasiado superficial en este contexto, y no tengo ganas de profundizar en la idea. Pues eso, que me pierdo, que fuimos al concierto de Bunbury, por esas circunvalaciones y autovías que me parecen maravillosamente galácticas, pasando por centros comerciales infinitos, donde te venden lo impensable y más con el 20%, carreteras bien definidas, y casi casi bien señalizadas que me ponen las pilas para coger el coche de mi hermano cualquier noche de estas que no puedo dormir, o que no me dejan, que es peor, y huir y perderme, y llegar a Soria, o al Escorial, y recordar que hubo un tiempo en que fui feliz. Sí, me seduce la idea de volver a conducir de noche cantando a voz en grito por todas estas autovías nuevas que rodean la ciudad, que la atrapan como una tela de araña de la que ya no puedes escapar una vez que el cierzo ha azotado tu cara. Puede que algún día pueda escapar de aquí, quién sabe, alguna vez ya lo conseguí. Pero siempre vuelvo, y la tela de araña se pega a mi piel cada vez con más fuerza y mi piel sangra, y no veo el nuevo fin. En fin, que vi a Bunbury.


Y Bunbury mola.


Mola mogollón.


Me gusta Bunbury. Rock and Roll de nuevo, y la sangre corriendo por las venas.


Bunbury canta, a veces, invoca. Y a veces, simplemente, grita. Y todos gritamos con él. Yo, al menos, grité con él, y canté, y, sin ningún éxito, también invoqué. No sé a quién, o a qué, pero quise hacerlo. Supongo que por la enajenación del momento. Supongo que porque al oir los tacones del desprecio, caminando como si detuvieran el mundo sobre el trapecio: de un lado el infierno y del otro el cielo elevé la vista y no ví ni las estrellas y quise que de una puta vez hubiera alguien allí. Grité y bailé, y, por un instante, sólo existió la sangre corriendo por mis venas. Rock and roll del bueno, (qué sonido tú), perforando las arterias, y un Bunbury que si, como dicen los que se mosquean al oirlo mencionar, que parece que jode en esta ciudad que alguien sea bueno en lo suyo y además vaya a su puta bola, es marica, ojalá se haya tirado a todos los tíos que le hayan gustado. Y a todas las tías. Por si no es marica. Dicen también que tiene mala hostia. Joder, no me extraña. La tengo yo y no hago nada para merecerla, como para que no la tenga él. Al menos, que tenga mala hostia, debe ser horrible vivir en un mundo donde reina la mediocridad. O, como dice él, hay otras formas de huir, y estar solo por loco, o loco por solo. Bueno, a lo que iba, que Bunbury mola.


Mola mogollón. Casi dos horas de concierto. Tres salidas al escenario. Muy pocas canciones de las nuevas, supongo que quería que cantáramos con él. Me hubiera gustado alguna más, la verdad, aunque no hubiera podido acompañarle. Ah¡ Y el protocolo de los bises, tremendo rollito, tanta historia para volver a salir acaba siendo tedioso... pero pese a todo, Bunbury mola.


Mola mogollón.


Y después del concierto, circulando de nuevo por las carreteras galácticas, vimos puertas separando la nada. La nada, y una puerta. No sé si me estoy explicando. La nada. Y una puerta. Marcando un antes y un después. O un aquí y un allí.


Y a mí todo eso me pareció una señal.


Pero no sé de qué.




Foto: La he bajado de internet, espero que no le moleste al chico. Evidentemente, las frases en cursiva son letras suyas

martes, 2 de septiembre de 2008

Cambio de sitio

Como veis, no es que no tenga las ideas claras,
las tengo clarísimas, pero sólo hasta cierto punto.
Sé perfectamente cuál es la pregunta.
Es la respuesta lo que me falta. Este carruaje corre, y yo no sé adónde.
Pienso en la respuesta, y mi mente se oscurece.

Así, yo cojo esta oscuridad y la pongo en vuestras manos.

Alessandro Baricco
Océano Mar



No tengo ni idea de cómo va a funcionar, ni con qué frecuencia.

No sé si escribiré yo o si colgaré textos de otros. Ni siquiera tengo del todo claro si haré algo.

A veces pienso que, en realidad, lo que me gusta es ir, año tras año, modificando la plantilla y dando un nuevo aire a este espacio, donde, más que mostrarme, me oculto y donde, más que acercarme, me alejo. Pero... ¿a quién? ¿de quién?

En fin, que el nuevo espacio está creado, y, si de algo estoy segura, es de que agradeceré cada visita, como siempre...






Foto: Mis huellas en el desierto. Sí, por fin he ido. Impresionante.